La Centeno en Colombia


Nos llega este comentario de Soto Hoyos:
Gracias amigo "Antagonista"
http://elantagonista.com/2011/06/06/otros-aires/

Cuando oí eso quedé estupefacto. La frase que causó tal sensación decía algo así como “es un buen momento para hablar de política en la Argentina” y se acompañó de otra que causó la misma reacción, mis oídos capturaron: “la palabra política ya no es mala”. Esas palabras y muchas otras que acompañaron una charla realizada por el movimiento estudiantil La Centeno, de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, siguen retumbando mi cabeza y generando una inevitable comparación entre los estudiantes de derecho de mi país y, sin generalizar, los que he conocido en la ciudad porteña.

La charla también era muy llamativa, puesto que trataba de dos temáticas de suma importancia para los trabajadores del derecho: por un lado el trabajo explotador e irregular en las firmas o estudios jurídicos, y por el otro, el acceso democrático al aparato de justicia. Dos preocupaciones reales que aquejan, supongo, a todos los abogados de América Latina al menos.

Sin embargo, más allá del interesante debate sobre cómo enfrentar las dificultades laborales de los estudiantes o recién graduados que trabajan en las firmas de abogados, o sobre cómo garantizar un proceso realmente democrático y transparente para obtener cargos en el aparato judicial, yo sólo pensaba qué lejos están los abogados, al menos de las universidades privadas de Bogotá, de interesarse por problemas de tal magnitud.

A diferencia de mis colegas argentinos -que aseguraban con la frente bien elevada que el acceso democrático a la justicia es un derecho exigible así como el buen pago y trato en un estudio jurídico- mis colegas colombianos, desprecian la justicia como un medio de empleo para abogados poco importantes (a menos que sea de magistrado) y se ofrecen, perdón la expresión, con las patas abiertas, a trabajar vergonzosamente en las firmas que, según ellos, les dan prestigio, y el hecho de que se les pague mal o se les impongan horarios extravagantes, es “normal” y “por algo se empieza”.

Pero eso no era todo, la inevitable comparación me hizo sentir vergüenza por mi Universidad, un claustro histórico, que probablemente, es la institución que más abogados le ha dado al país, pero que hoy, poco o nada dice o efectua por las dificultades de los estudiantes y recién graduados para encontrar trabajos dignos. Y mucho menos por ese desprecio injustificado al sistema judicial, porque, la mayoría realmente quieren ser abogados para ser millonarios con prestigio en el sector privado.

Me hizo sentir vergüenza saber que en Bogotá por no decir Colombia, el motivo de dignidad no es luchar por los derechos, eso es bochornoso para un abogado prestigioso, sino es posicionarse en buenas firmas, con grandes contratos y con sistemas laborales explotadores, que únicamente se justifican, en el dinero.

Y también sentí envidia, sentí una inmensa envidia al ver a personas de mi edad hablar de sindicatos, gremios y asociaciones, sin miedo ni temor. Sentí deseo de que en mi país ser sindicalista deje de ser sinónimo de ser terrorista, y que ser agremiado deje de ser una cuestión asimilada con las clases bajas. Qué aires tan distintos se respiran cuando opinar y criticar no es considerado un acto contrario al país o de subversivo sino un acto propio de la política y de una sociedad democrática.

Otros aires se respiran cuando se ve a jóvenes preocupados por su futuro, por su futuro solidario, por su profesión, por las condiciones injustas que propagan aquellos que dicen defender la justicia. Porque para ellos, por lo menos para los de La Centeno en específico, es inconcebible que el trabajo esté mal pago. Mientras que para los abogados de las Universidades privadas, sólo esperan encontrar con rapidez cualquier árbol por el cual puedan trepar sin importar en dónde queda la dignidad.Claro siempre que ese árbol no sea la siempre menospreciada rama judicial.

No me queda sino expresar mi deseo de que en Colombia, algún día, los jóvenes, dejen de decir que “de política y de religión no hablo” o que “no me interesa eso” porque es precisamente ahí dónde se paralizan todas las posibilidades de cambio, es precisamente en jóvenes que a pesar de las oportunidades que han tenido, su indiferencia y falta de coraje, permite que se sigan perpetuando prácticas injustas y oscuras, permite, en pocas palabra, que Colombia sea el país que hoy es."

elantagonista.com

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